El nieto

 

El arquitecto
El hombre debía ser° uno de los arquitectos encargados° de las obras de restauración° del pueblo, pues se movía de aquí para allá con los bolsillos° prendidos° de lapiceros° y bolígrafos° de colores. Podía tener unos treinta años, tal vez algo más, pero no mucho más, pues su barba°   era apretada° y de un castaño parejo,° y, en general, hacía buena figura con sus ajustados° pantalones de trabajo y camisa a cuadros,° con sus botas españolas y el rollo de planos° en la mano y su gorra° verde olivo, verdaderamente maltrecha° y desteñida.° Quizá por ser mediodía no había obreros° en los andamios,° ni junto a las pilas° de arena° y escombros,° ni sobre la armazón° de tablas° que apenas ___________(dejar) ver la fachada° de la gran casa, alzada° mucho tiempo atrás° en el costado° más alto de la plaza de hermoso empedrado.° El sol recortaba° las cornisas° de tejas° rojas, sin duda ya restauradas,° de las casas vecinas,° y caía a plomo° sobre la pequeña casa, de azotea° achatada° y muros° roídos,° que se embutía° en la hilera° de construcciones remozadas° como un diente sin remedio.

La pequeña casa
El hombre caminó calle abajo,° hasta llegar frente a la pequeña casa, y allí se volvió° y miró hacia la plaza del pueblo, tal vez para juzgar° cómo marchaban° las obras° de la gran casa. Al poco rato desplegó° el plano, volvió a mirar calle arriba° e hizo un gesto° de inconformidad mientras dejaba que el plano ___________(enrollarse)° por sí solo.° Fue entonces que pareció reparar en° el sol, pues salió de la calle y se arrimó° a la ventana cerrada de la pequeña casa; se secó° el sudor° con un pañuelo y miró de nuevo hacia las obras.
—¿Quiere un vaso de limonada? —dijo la anciana° de cara redonda que se ___________(asomarse)° al postigo.° El hombre se volvió con un gesto de sorpresa, sonrió agradecido° y dijo que sí. Enseguida la puerta se abrió, y la figura amable y rechoncha° de la anciana apareció en el vano° y lo invitó a entrar. De momento el hombre no parecía distinguir bien el interior de la casa, pues tropezó con° un sillón° de rejillas° hundidas° y saltadas° a trechos,° que empezó a balancearse° con chirridos° a un lado de la sala.
Siéntese —sonrió la anciana—. Ahora le traigo la limonada. Primero voy a picar hielo—agregó° como si° ___________(excusarse) por anticipado° de cualquier posible demora.°

La foto
El hombre detuvo° el balanceo° del sillón y, después de observarlo, se sentó cuidadosamente. Entonces, ya habituado° a la penumbra° de la sala, miró a su alrededor:° la consola° de espejo manchado, el otro sillón, el sofá con respaldo° en forma de medallones, los apagados° paisajes° que colgaban° de las paredes. Su mirada resbaló° indiferente por el resto de los objetos de la habitación, pero, de repente, se clavó° en la foto de carnet° que, en un reducido marco° de plata, se hallaba° sobre la baja mesa del centro. El hombre, precipitadamente,° se levantó del sillón y tomó el retrato,° acercándoselo° a los ojos. Así permaneció, dándole vueltas° en las manos, hasta que sintió° los pasos° de la anciana aproximarse° por el corredor. Entonces lo puso en su lugar y se sentó con movimientos vacilantes. La anciana le alargó° el plato con el vaso.
—¿Quiere más? —dijo con su voz clara y cordial, mientras el hombre bebía sin despegar° los labios del vaso.
—No, gracias —replicó éste poniéndose de pie° y dejando el vaso junto al retrato—. Es fresca su casa —añadió° sin mucha convicción en la voz.
—Bueno, si no se deja entrar el sol por el frente, se está bien. Atrás, en el patio, no hay problemas con el sol; tampoco en la cocina.
—¿Vive sola?
—No, con mi esposo —dijo la anciana—. Él se alegra mucho de que estén arreglando° las casas de por aquí.° Fue a la bodega° a traer los mandados°... ¿Usted sabe si piensan arreglar esta casa?
—Pues... bueno, habría que ver°...
—Es lo que yo le digo a mi esposo —interrumpió la anciana con energía—. Esta casa no es museable.° ¿No es así como se dice? Lo leí en una revista.

El hombre sonrió con embarazo° e hizo ademán° de despedirse. Caminó hacia la puerta seguido de° la mujer.
—Le agradezco mucho —dijo—. La limonada estaba muy buena.
—Eso no es nada° —aseguró la mujer al tiempo que abría la puerta al resplandor° de la calle—. Si mañana está todavía por aquí y tiene sed, toque sin pena.°
—¿Esa persona del retrato... es algo suyo°? —preguntó el hombre como si le ___________(costar)° encontrar las palabras.
—Mi nieto —respondió la mujer—. Esa foto es de cuando peleaba contra la dictadura en las lomas° de por aquí. Ahora se casó y vive en La Habana.

En la calle
El hombre sólo atinó° a mover la cabeza y salió con prisa° de la casa. Una vez en la calle, se detuvo,° pestañeó° bajo el intenso sol y miró hacia la puerta, ya cerrada.
—¿Van a reparar nuestra casa? —le preguntó un anciano que llevaba dos grandes cartuchos° acomodados° en el brazo; de uno de ellos salía una barra° de pan.
—Trataremos de hacerlo —dijo el hombre—. Pero usted sabe como son estas cosas... Aunque creo que sí. En realidad vale la pena.
___________(desentonar)° mucho en la cuadra.° —dijo el anciano—. Le quitaría presencia° a las demás —añadió con un dejo° de astucia.°
—Sí, tiene razón —respondió el hombre mirando hacia la casa—. La ___________(estar) viendo por dentro. Por dentro está bastante bien.
—Ah, menos mal. El problema es el techo, ¿no? Pero eso no sería un problema grande, ¿no? La° de al lado° tampoco tenía techo de tejas, y mírela ahora lo bien que ___________(lucir) De improviso° el anciano dio unos pasos hacia el hombre y, abriendo la boca, le observó detenidamente° el rostro.°
—Usted es... —empezó a decir con voz débil.
—Sí.
—¿Ella lo reconoció? —preguntó el hombre después de pasarse la lengua por los labios.
—Creo que no. Adentro estaba un poco oscuro. Además han pasado años y ahora llevo barba.°

El nieto
El anciano caminó cabizbajo° hacia el poyo° de la puerta y, colocando° los cartuchos en la piedra, se sentó trabajosamente° junto a ellos.
—Vivíamos en La Habana, pero los dos somos de aquí. Este es un pueblo viejo. Quisimos regresar y pasar estos años aquí. No tenemos familia. Es natural, ¿no? —dijo el anciano, ahora mirándose los zapatos, gastados° y torcidos° en las puntas°—. El mismo día en que llegamos... Ahí mismo° —dijo señalando° un punto en la acera°—, ahí mismo estaba el retrato. ¿Usted vivía cerca?
—No, andaba por las lomas. Pero a veces bajaba al pueblo. Tenía una novia que vivía... Me gustaba caminar por esta plaza —dijo el hombre señalando vagamente calle arriba—. Me parece que comprendo la situación —añadió dejando caer el brazo.
—No, no puede comprender. No tiene la edad para comprender... La gente de enfrente, los de al lado, todos creen que usted es su° nieto. Tal vez ella misma.
—¿Por qué sólo su nieto?
—La idea fue de ella —respondió el anciano—. Siempre fue muy dispuesta,° dispuesta y un poco novelera. Es una pena° que no hayamos podido° tener familia. Ella, ¿comprende?
—Lo siento.
—¿Qué va a hacer? —preguntó el anciano, mirando al hombre con ojos vacíos.
—Pues, dígale a la gente de enfrente y de al lado que el nieto de La Habana vino a trabajar un tiempo aquí. El anciano sonrió y sus ojos cobraron brillo.°
—¿Le sería mucha molestia° venir esta noche por acá? El hombre fue junto a él y lo ayudó a levantarse.
—Sería lo natural, ¿no le parece? —dijo mientras le alcanzaba° los cartuchos.